La necesidad es la madre del ingenio

—Mira, mamá, ¿a qué es bonito? Todos estos campos tan verdes... ¡y hay matorrales por todas partes, como si te estuvieran invitando a usarlos de escondite!

—Mira, mamá, ¿a qué es bonito? Todos estos campos tan verdes... ¡y hay matorrales por todas partes, como si te estuvieran invitando a usarlos de escondite!

El pequeño erizo está emocionado. Hace solo unos días que su familia ha venido a vivir a Liérganes. Papá Erizo, que es médico, ha abierto una consulta aquí. Ahora que todos han ayudado con la mudanza y se han instalado, ha llegado el momento de salir y explorar los alrededores.

Mientras Papá Erizo atiende a su primer paciente —un pájaro que se ha torcido un ala— Mamá Erizo, el pequeño Hugo y su hermana, Isa, han ido a dar una vuelta. Hugo ya se imagina a sí mismo tumbado en algún campo. Y es que, su pasatiempo favorito es precisamente ese: echarse al sol, rodeado de hierba alta.

A la mañana siguiente, empiezan el día nerviosos, pero con mucha ilusión. Es su primer día en la escuela para erizos. En un santiamén, conocen a todos los erizos jóvenes de la zona. Enseguida, Isa queda con Berta, una eriza de Santander.

Por su parte, el pequeño Hugo planea ir a tomar el sol en alguna campa. Pero entonces se acuerda de los deberes que les ha mandado la profesora, la señorita Rosa. Les ha pedido que piensen qué quieren ser de mayores. Por muchas vueltas que le dé, a Hugo lo único que se le ocurre es que quiere pasarse todo el día al sol, sin hacer nada en particular.

De tanto pensar, el pequeño erizo acaba agotado y enseguida se queda dormido.

Más o menos a esa misma hora, la tortuga Amanda se prepara para empezar a trabajar. La hierba crece tan rápido en esta zona que hay que cortarla, por lo menos, una vez a la semana. Mientras canturrea, Amanda se pone manos a la obra.

Cerca de allí, el pequeño erizo Hugo se ha quedado roque y está teniendo unos sueños que parecen reales. Estaba curando con acupuntura a un elefante deprimido cuando, de golpe, se convierte en un trabajador del parque de Cabárceno, encargado de cuidar las zonas verdes.

De repente, un sonido chirriante interrumpe el sueño de Hugo. Da un salto, asustado, y ve la cara angustiada de una tortuga: ¡Amanda! Sin querer, la tortuga le ha pasado el cortacésped por encima.

—¿Es-es-estás bien? —balbucea Amanda, todavía con el susto en el cuerpo.

—¡Claro! —dice Hugo, que aún no se ha dado cuenta de lo que realmente ha pasado.

—Lo siento muchísimo. Como la hierba está tan alta, no te he visto y te he cortado tus bonitas púas —le cuenta Amanda.

Poco a poco, el pequeño erizo empieza a ser consciente de la gravedad del asunto. Saca un espejito de la mochila, se mira y... se queda espantado. ¡No le queda ni una sola púa en la cabeza! El pequeño Hugo corre al primer matorral que ve y se esconde allí. ¡Que nadie lo vea con esa pinta! Amanda intenta consolarlo, pero no lo consigue. Así que, con el rostro apesadumbrado, se va.

De repente, se le iluminan los ojos. ¡Tiene una idea!

Va corriendo a la ferretería del pueblo. Poco después, regresa al lado de Hugo con una bolsa bajo el brazo.

—Cierra los ojos —le pide Amanda —. Y no los abras hasta que yo te diga.

El pequeño Hugo espera, con los ojos cerrados. Amanda le está dando tirones por toda la cabeza.

—¡Abre los ojos! —grita Amanda, y saca el espejito.

Hugo se mira y ve... ¡¡¡PÚAS!!! Vuelve a parecer un erizo, hecho y derecho.

—¿Cómo lo has hecho? —pregunta.

Amanda le responde: —Hasta que te vuelvan a crecer las púas, puedes llevar puesto este cepillo de cerdas duras. Te lo puedes sujetar con una goma elástica cuando quieras.

Al día siguiente, un montón de erizas rodean admiradas al pequeño Hugo, mientras los jóvenes erizos se mueren por saber cómo lograr el nuevo peinado que luce Hugo.

—¿Cómo consigues que las púas te queden tan rectas? —le pregunta uno de ellos.

—La necesidad es la madre del ingenio —contesta Hugo.

Ahora ya sabe lo que quiere ser de mayor: ¡Inventor! Gracias, Amanda...

J. Schmidt, Bad Grund

 

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