La aventura de Tarik

El pequeño tigre Tarik se acercó sigilosamente a su hermano, que estaba durmiendo. Cuando estaba junto a él, levantó una pata y le dio un manotazo juguetón. Balan se despertó.

El pequeño tigre Tarik se acercó sigilosamente a su hermano, que estaba durmiendo. Cuando estaba junto a él, levantó una pata y le dio un manotazo juguetón. Balan se despertó.

—¿Pero qué haces, Tarik? ¡Déjame dormir! —murmuró antes de estirarse con pereza.

Pero Tarik no se quedó conforme, así que dio otro empujón a su hermano. Luego echó los labios hacia atrás y siseó, como había visto hacer a su madre.

—¿Se supone que te tengo que tener miedo, o qué? —se rio Balan—. Ahora te vas a enterar.

Y se abalanzó sobre Tarik.

Tarik se dio la vuelta lo más rápido que pudo y salió corriendo como un rayo.

—¡A que no me pillas! —le gritó a su hermano, y atravesó corriendo las llanuras, camino de la jungla.

—¡No entres en la jungla, Tarik! —le gritó Balan—. Mamá ha dicho que esperemos debajo de estos árboles hasta que vuelva.

—¡Miedica! ¡Eres un miedica! —se burló Tarik.

Se quedó en la linde del bosque y giró la cabeza para mirar a su hermano, desafiante. —¡Venga! ¡Vamos a explorar!

Pero Balan sacudió la cabeza: —¡Mamá ha dicho que es muy peligroso! —le advirtió.

—Como quieras, ¡pues voy yo solo! —amenazó Tarik.

—Vale, ¡atrévete si quieres! —respondió Balan.

Ahora Tarik no podía echarse atrás. El pequeño tigre se dio la vuelta y fijó la mirada en la espesa jungla. Nunca había estado allí él solo. En el aire se oían los ruidos extraños de otros animales. Tarik pensó que igual no era tan buena idea. Pero entonces vio a su hermano, que sonreía con burla.

—¡Qué narices! Al fin y al cabo, soy un tigre, ¿no? —pensó Tarik. Así que, con un gesto de orgullo, levantó la cabeza y entró en la jungla.

Después de la luz que inundaba la sabana, le costó acostumbrar la vista a la penumbra de la jungla. Dio unos pasos y tropezó con una raíz.

—¡Ay! —maulló asustado antes de lamerse un poco la zarpa.

Luego siguió avanzando con más cuidado.

Una mariposa multicolor revoloteó a su alrededor. Tarik la persiguió, pero no lograba atraparla. La mariposa empezó a volar justo delante del hocico de Tarik, para provocarlo. Tarik se enfadó.

—¡Ya verás! —pensó, y siguió persiguiendo a la mariposa.

Sin embargo, cada vez que se acercaba a ella, la mariposa volaba un poco más alto para que Tarik no pudiera alcanzarla. Decepcionado, el pequeño tigre acabó dándose por vencido.

Miró a su alrededor, desconcertado. Sin darse cuenta, mientras perseguía a la mariposa se había adentrado en la jungla mucho más de lo que pretendía. Nunca había estado allí.

De repente, notó un golpe en la espalda. Sorprendido, Tarik dio un gran salto. Se oyó un chillido y, un instante después, algo le cayó en la cabeza. Recibió otro golpe en el lomo y, en cuestión de segundos, le estaba cayendo una auténtica lluvia de palos y piedras. Entre los árboles vio unos animales marrones, de patas y brazos largos, que se lo estaban pasando bomba tirándole cosas. Y, cada vez que lanzaban algo, daban un grito de alegría.

Tarik salió corriendo.

Un loro verde lo había visto todo. Mientras reflexionaba sobre la escena que acababa de presenciar, vio que el pequeño tigre huía.

—¿Qué estará haciendo ese tigre solo en el bosque? —se preguntó—. Será mejor que no le pierda de vista.

Así que abrió las alas y salió volando tras el tigre.

Para entonces, Tarik había logrado escaparse del grupo de monos. Sin aliento, se dejó caer al lado de un arbusto.

—¿Cómo voy a encontrar ahora el camino de vuelta a la sabana? —se preguntó Tarik, preocupado—. ¡No me gusta este sitio! Está oscuro, hay ruidos extraños y nadie quiere ser mi amigo.

Abatido, hundió la cabeza entre las patas. De pronto, oyó un graznido. Tarik alzó la mirada. Cerca de allí, un pájaro verde volaba muy agitado, arriba y abajo.

—¡Déjame en paz! —gritó Tarik entre dientes.

Sin embargo, el loro descendió en picado para acercarse a Tarik. Tarik apartó la cabeza y el pájaro se posó en el suelo, justo al lado de él. Empezó a hacer grandes aspavientos y gestos como de estar picoteando algo.

Tarik miró con más atención y, entonces, sintió una oleada de pánico. Una pequeña serpiente se había arrastrado hasta él. Parecía que iba a picarle de un momento a otro.

—¡Corre! — garrió el loro—. ¡Yo la distraigo!

No lo tuvo que decir dos veces. Tarik se levantó de un brinco y dio unos saltos para ponerse a salvo. La serpiente siseó, irritada.

—¡Uf, por poco! —dijo aliviado Tarik cuando el pájaro se le acercó volando—. ¡Muchísimas gracias!

—Encantado de haberte ayudado —contestó el loro—. A propósito, me llamo Coco.

—Y yo Tarik —dijo el pequeño tigre—. Me gustaría regresar a la sabana, con mi hermano y mi madre.

—Tranquilo, yo te enseño el camino —lo calmó Coco—. Al fin y al cabo, ahora somos amigos. Ven, ¡sígueme!

Empezó a volar delante de Tarik y lo guio hasta el borde de la jungla, sano y salvo. Allí se despidieron.

El tigre corrió por la hierba seca para volver junto a su hermano. Balan había estado esperándolo un buen rato pero, al final, se había quedado dormido. Tarik también estaba cansado. Se arrimó a Balan, bostezó y se durmió.

Poco después, su madre volvió de buscar comida. Miró con cariño a sus dos hijos dormidos.

—Parece que se les ha ido un poco la mano jugando —sonrió al ver el pelaje alborotado de Tarik. Bajó la cabeza y, con la lengua, le quitó los trocitos de madera que tenía enredados en el pelaje. Tarik ronroneó feliz.

K. Greiner, Abstatt

 

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