El viaje de unas gotas de lluvia

Plic era una pequeña gota de lluvia que vivía en una nube blanca como el algodón. Le encantaba vivir allí. Solía mirar el mundo multicolor que se extendía a sus pies, donde avistaba unas serpenteantes líneas azules. Sentía una extraña atracción por ese lugar y, a veces, anhelaba estar allí.

Plic era una pequeña gota de lluvia que vivía en una nube blanca como el algodón. Le encantaba vivir allí. Solía mirar el mundo multicolor que se extendía a sus pies, donde avistaba unas serpenteantes líneas azules. Sentía una extraña atracción por ese lugar y, a veces, anhelaba estar allí.

Con el tiempo, se fueron juntando más gotas en la nube. Plic hizo dos nuevas amigas: Ploc y Gluglú. Solían jugar tan a lo loco dentro de la nube que, desde la tierra, parecía como si el contorno de la nube no parara de cambiar.

Sin embargo, al llegar más y más gotas, empezaron a estar un poco apretujadas. Las recién llegadas fueron empujando a Plic, Ploc y Gluglú al borde. La nube, antes blanca como el algodón, se convirtió en una nube oscura que anunciaba lluvia.

De repente, algunas de las gotas que estaban al lado de las tres amigas saltaron al vacío, eufóricas.

—¿Qué hacen? —preguntó Plic, sorprendida.

Ploc ya sabía lo que estaba pasando: —¡No lo pienses dos veces y haz lo mismo! —animó a Plic, antes de saltar de la nube.

—Estamos haciendo que llueva en la tierra —le explicó Gluglú—. Es un viaje muy emocionante. ¡Anímate, ven conmigo!

Plic se armó de valor y se lanzó al vacío con Gluglú.

El descenso fue increíblemente rápido. El viento tiró de Plic y le dio la forma de una gota perfecta.

—¡Yupiiiii! —gritó entusiasmada la pequeña gota.

La tierra se iba acercando a una velocidad de vértigo.

—¡Ojalá aterrice en una flor! —deseó Gluglú—. ¿A dónde quieres ir tú?

—Pues... A esa cosa azul ondulada —decidió Plic después de pensárselo un poco.

Y llegó el gran momento. Gluglú aterrizó primero y tuvo mucha suerte: reluciente, cayó en una bonita flor. Tocó suavemente la cara de la flor antes de deslizarse por su tallo y filtrarse en el suelo.

A Plic no le fue tan bien. Se estrelló contra una piedra grande que había en la orilla.

—¡Ay! —se quejó.

Pero cuando vio a Ploc justo al lado, olvidó por completo el aterrizaje forzoso que acababa de tener.

—¡Hola, Ploc! —dijo alegre.

Después de saludarse, Ploc se lamentó: —¡Qué pena! ¡Quería ir allí!

—¿A dónde? —le preguntó Plic, perpleja.

—Pues... a la «cosa azul ondulada», como lo llamas tú. Desde arriba, los lagos y ríos parecen líneas azules.

—Todo eso... ¿es agua? —preguntó Plic, asombrada—. No sabía que hubiera tantísimas gotas. Fascinada, echó un vistazo al riachuelo que corría alegre por la tierra, salpicando a su paso.

Ploc le dio un golpecito a su amiga. —¡Viene alguien! —susurró.

Resultó ser un escarabajo, que se les estaba acercando.

—Igual me quiere beber —dijo Ploc esperanzada.

—¿No te da miedo? —le preguntó Plic.

—¡Claro que no! — Ploc sacudió la cabeza con tanta energía que formó una especie de neblina a su alrededor—. Es nuestro trabajo. La gente y los animales no pueden vivir sin nosotras. Las plantas también nos necesitan. Mojamos el suelo para que puedan crecer.

Entonces, Plic cayó en la cuenta: —¡Claro, como ha hecho Gluglú! Pero, ¿qué nos va a pasar? —se apresuró a preguntar, porque el escarabajo estaba a punto de alcanzarlas.

—Algún día volveremos a encontrarnos en una nube —le explicó Ploc—. El agua no desaparece. Puede que vaya por un desagüe, alguien la beba o la tierra la absorba, pero siempre vuelve a surgir bajo tierra, en el agua subterránea, o en el mar, por ejemplo. En un momento dado, las gotas nos evaporamos y regresamos a las nubes. Y todo vuelve a empezar.

Y dicho esto, hizo un gesto con la mano para despedirse. Al beber a Ploc, el escarabajo sació su sed y, satisfecho, se marchó corriendo.

Plic se quedó sola. —Y ahora, ¿qué hago yo? —se preguntó.

El borboteo del arroyo parecía invitarla a acercarse. —Voy a zambullirme y ya está —dijo Plic. Valiente y decidida, abandonó la piedra en la que se encontraba y se deslizó hasta el arroyo para empezar su próxima aventura.

V. Hoffmann, Bremen.

 

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